Claudio Alvarado

Batman, Parasite y nosotros

Claudio Alvarado R. Director ejecutivo IES

Por: Claudio Alvarado | Publicado: Miércoles 26 de febrero de 2020 a las 04:00 hrs.
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Aún no finaliza febrero, el mes en que Chile descansa, pero ya asoma –cual profecía autocumplida– ese marzo terrible que muchos anticiparon. El injustificable vandalismo desatado antes del Festival de Viña pareciera ser la mejor confirmación de ese presagio. La pregunta, entonces, sigue plenamente vigente: ¿qué diablos le pasa a Chile? ¿Cómo explicar el estallido social, con sus persistentes manifestaciones pacíficas y violentas?

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Aunque las inquietudes más urgentes, partiendo por la indispensable recuperación del orden público, tienden a postergar la reflexión, esta se vuelve más importante que nunca. Aún no comprendemos nuestra crisis y la cuestión constitucional no la agota; de ahí que debamos continuar explorando su trasfondo. En ese ejercicio, como ya señalé en una columna previa, la ficción nos presta una ayuda muy útil. Veamos dos ejemplos.

Hace pocos días volví a ver “Batman: el caballero de la noche asciende”. Esta película, una de las más taquilleras en la historia del cine y quizá la mejor de la trilogía de Christopher Nolan, ofrece un excelente retrato del peor camino que puede adoptar la denominada lucha social. Tanto el villano de turno, Bane, como los tribunales populares improvisados en Ciudad Gótica, recuerdan la curiosa épica que rodea la “primera línea”, esa errada creencia según la cual la existencia de males sociales autoriza cualquier instrumento de combate.

La paradoja es manifiesta. Aquellos que abogan por más dignidad terminan olvidando un principio básico e inseparable de ese ideal: el fin no justifica los medios. Las consecuencias de la anarquía –la misma que amenaza los alrededores de Plaza Italia y varios otros lugares del país– son notorias en esta entrega de “Batman”. Al decaer el imperio de la ley, inevitablemente terminan por imponerse los más fuertes. Desde luego, la justicia nada tiene que ver con esto.

Pero desde el 18 de octubre Chile no sólo ha sufrido vandalismo y violencia. Así como yerran quienes ignoran esa dimensión del estallido, también lo hacen quienes olvidan la masividad del 25 de octubre. Guste o no, el fuego –probablemente unido a la torpe reacción inicial del sistema político– gatilló un conjunto de manifestaciones que instalaron en la agenda pública ese malestar social tan difuso como innegable, y que venía insinuándose hace varios años.

Para comprender esa clase de malestar resulta útil ver la reciente ganadora del Oscar, “Parasite”. Más allá de algunas exageraciones propias de su registro con aroma a Tarantino, la premiada película coreana ilustra con singular agudeza las tensiones derivadas de la modernización capitalista. Hay vasto desarrollo material, sin duda. Pero también promesas meritocráticas incumplidas, frustración y precariedad en grandes masas de la población, enormes desigualdades, una mayor evidencia de éstas producto del auge de las redes sociales, e indiferencia de una porción no menor de las elites.

Todo ello se vislumbra en “Parasite”. Y también algo más relevante, en la medida en que el problema excede la dinámica de desilusión y progreso propia de la modernidad occidental. Me refiero a una peligrosa combinación, crecientemente transversal en términos sociales: por un lado, ideales altamente individualistas; por otro, el deterioro tanto de aquellas fuentes de sentido que permiten salir del ensimismamiento, como el de las comunidades que los albergan. Nunca hay que perder la esperanza, pero el nihilismo, mal que nos pese, está a la vuelta de la esquina.

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